Pasaba por ser uno de sus discípulos más inteligentes, y estaba todo el tiempo haciéndole preguntas. Pero Livia rara vez le daba respuestas elocuentes, y la gran mayoría de las veces sólo respondía: ‘No sé’.
Un día, con apenas disimulado hartazgo, el discípulo le dijo: ‘Ancestra, te sigo hace varios meses, y creo que en todo ese tiempo te he hecho unas mil preguntas. Pero demasiado si me has respondido tres o cuatro… Con todo respeto, quiero saber ¿de qué me sirve acompañarte?’
Livia le contestó: ‘¡Mil preguntas! ¡Por Proserpino! ¿Alguna vez le habías preguntado tanto a otro?’ ‘Claro que no!’, respondió el discípulo. ‘Para eso te sirve acompañarme’, concluyó Livia.”
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